Nombrar en femenino

Nombrar en femenino es educar en igualdad. Educar en igualdad es educar desde el AMOR.

Reconocer que hacemos un uso sexista de nuestro lenguaje implica cambiar de manera profunda nuestra manera de pensar y luego de hablar.  Si el lenguaje es o no sexista es un tema que aún genera mucha controversia. No es un tema fácil de aceptar y asimilar . Requiere de nuestra parte un esfuerzo y un compromiso profundo.

¿Por qué se dice que nuestra lengua es sexista?

Voy a partir de algunos ejemplos para que resulte más fácil “ver” como nuestro lenguaje, ese que usamos todos los días, oculta, subordina y hace invisible a la mujer.

  • Generalizamos utilizando el masculino. Cuando hablamos de un grupo de “niñas” sabemos con certeza que sólo hay niñas, pero cuando decimos \»los niños\», no sabemos en realidad si hay o no niñas en ese grupo. Esta generalización desde lo masculino crea confusión y ambigüedad en el mensaje, además de ocultar la presencia femenina. Para evitar esto es necesario nombrar a la mujer al igual que se nombra al hombre. No es redundante nombrar en femenino y en masculino cuando hablamos de grupos mixtos porque algo es repetitivo cuando es igual, como si se tratase de una copia, pero hablar de niños y niñas es reconocer la diferencia sexual y el derecho a la existencia.
  • Algo similar a lo anterior ocurre cuando utilizamos la palabra “HOMBRE” para referirnos al género humano o a la humanidad. ¿En esta palabra dónde está representada la mujer? Es necesario darle existencia, nombrarla. Para ello existen términos genéricos que representan simbólicamente al conjunto de hombres y mujeres sin excluir a ninguno de los sexos. En el ejemplo que se ha dado, se puede reemplazar el término “hombre” por el de “ser humano”, independientemente de que “ser humano” es de estructura gramatical masculina, esto no entra en discusión, NO es lo mismo hablar de: los alumnos, los adolescentes, los profesores, los padres o los jóvenes, que hablar de: el alumnado, la adolescencia, la juventud, el profesorado, los progenitores (genéricos).
  • En este esfuerzo de representar al género humano también podemos emplear los abstractos. Por ejemplo, en lugar de hablar de “los coordinadores” podemos decir “Coordinación”; o en lugar de hablar de “los tutores” decir simplemente “Tutoría”.
  • A diario nos encontramos con expresiones o términos que se refieren a la mujer o al mundo de lo femenino, empleándose de forma despectiva. Ejemplo de esto: “no seas una niñita\» como forma de decir \»no seas cobarde o miedoso\»; de forma opuesta está la expresión “es un machote” que se emplea positivamente resaltando la masculinidad.

Una misma palabra con connotaciones diferentes. Con esto me refiero a que el significado positivo o negativo, favorable o desfavorable de una misma palabra puede cambiar según se aplique a un hombre o a una mujer. Por ejemplo: la palabra \»Zorro\» nos remite al animal o bien nos hace pensar en aquel personaje legendario del cine que representaba a un hombre astuto, valiente y justiciero. En contraposición, \»zorra\» suele emplearse como insulto contra una mujer que rompe con el modelo femenino impuesto por el machismo. Lo mismo ocurre con la expresión \»Hombre público\», tratándose de un hombre reconocido por su participación social; en cambio, \»mujer pública\» remite a una mujer que se prostituye. También lo vemos con las siguientes palabras: “Hombrezuelo” significa hombrecillo, pequeñito; pero “Mujerzuela” bien sabemos lo que significa en la jerga popular.

Estamos acostumbrados a usar un lenguaje que ignora la condición sexuada de la humanidad. A través de él interiorizamos valores y creencias, construimos y expresamos nuestros pensamientos, sentimientos y la forma en que vemos el mundo en el que vivimos. Por lo tanto, estamos contribuyendo involuntariamente a transmitir estereotipos y prejuicios sexistas. La mujer no está representada simbólicamente en nuestra lengua, el lenguaje que usamos nos hace invisibles y nos mantiene ocultas detrás de las formas masculinas que utilizamos corrientemente. Si bien las formas están cambiando aún queda mucho por hacer, sobre todo en la ardua labor de educar a nuestros hijos e hijas.

Nos puede parecer molesto y repetitivo hablar en femenino y en masculino, decir niñas y niños, madres y padres, maestras y maestros. ¿Se han preguntado cuántos maestros “hombres” hay en las escuelas? Son una minoría sin embargo seguimos hablando de “los maestros”. Nombrar en femenino y en masculino NO es redundar, sino nombrar la realidad tal cual es, una realidad en la que conviven con sus diferencias mujeres y hombres, niñas y niños.

En nuestra lengua existen reglas gramaticales, como lo es generalizar utilizando el masculino, que fueron construidas conforme al sistema de creencias y valores predominantes en una época determinada. Pero no hay que olvidarse que la Lengua es un cuerpo vivo en constante evolución y como tal puede y debe transformarse y adaptarse a los cambios sociales. Tanto las reglas gramaticales como el vocabulario han sido siempre susceptibles de cambios.
Cada vez que la sociedad se ha visto afectada por nuevas situaciones o acontecimientos, como ha ocurrido con la informática, las nuevas enfermedades, la telefonía celular, etc., surge paralelamente la necesidad de darles un nombre para poder referirnos a ello, inventando o creando nuevas palabras que nos ayuden a comprenderlos, incorporarlos, utilizarlos, y por tanto, “nombrarlos, denominarlos”.
La mujer ha conseguido incorporarse a la sociedad, se la ve en los espacios públicos, participa en ellos, los enriquece con sus aportes. Es una realidad indiscutible y es innegable la necesidad de acabar con el ocultamiento de la mujer en el lenguaje.

 

 

 

Hay que dar nombre a esta nueva realidad y la coeducación nos facilita el camino de educar en actitudes y valores.

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