Cuento sobre una anécdota de familia

Cuento: El Bizcochuelo

anécdotas de familia

Once y media de la noche. Si ustedes quieren podemos decir las 23 y 30, o a la manera septentrional, las 11.30 PM.
Pero es la hora en que suelo volver a casa tras una jornada de trabajo. Y a esa hora la madre de mis hijos está esperando, paciente, con una exquisita y nutritiva cena.
Ella también trabaja, no se crean. Lo que pasa es que retorna a la casa varias horas antes. La mesa es redonda. Está tallada en tintitaco, madera dura y resistente. Por eso aguanta los aceites, vinagres, mantecas, leches, salsas y que se yo cuantos líquidos, menjunjes o jaleas que se vuelcan sin misericordia, porque el cansancio nos hace perder seguridad en el pulso. O porque los chicos aún no han alcanzado el adecuado manejo de los delicados músculos de sus manos. Mientras como, relajado, acompañado por su silenciosa sonrisa maternal, nos distrae un pequeño ruido, un ruidito, que viene desde el dormitorio de los chicos.
Suavemente, caminando de puntillas se acerca alguien muy pequeño, y le oímos susurrar, más que decir:

–”Mami…papi…me parece que me olvidé…”

Giré la cabeza, sin moverme de la silla y lo vi a Claudio, cinco años, pijamita de franela con flores anaranjadas, naturalmente descalzo sobre el piso de mosaicos, los ojitos abiertos con esfuerzo, que se le cerraban y volvía a abrirlos pestañando.

–”Vamos a ver. ¿Qué te olvidaste hoy?”.
–”No, si yo no quería olvidarme, pero la señorita dijo que los viernes se hacen los cumples de los chicos y mañana es viernes y es el cumple del Seba, y yo tenía que llevar una torta, y yo me olvidé y tengo sueño, pero quiero llevar la torta y el Seba es muy chiquito pero es mi amigo, y los otros van a llevar otras cosas y yo voy a ser el único que no lleve…”

Unos lagrimones crecían en esos ojitos que se agrandaban para mirarme., y de pronto sentí que algo en el pecho se me apretaba cuando agregó:

–”Papi, yo se que estás muy cansado y la mami también, ¿Qué voy a hacer?…”
— “Hijo, ¿cómo no me dijiste antes?–, se quejó mas que dijo Hilda.

Yo respiré hondo. Como te digo, porque sentí algo aquí, en el pecho, y algo que me cosquilleaba en los ojos, y algo que casi, casi, me hacía estornudar….Y entonces me acordé.

–”Me parece que he visto a unas cuadras de aquí, por la Avenida Maipú, una panadería o confitería, que tenía unas tortas…”–

Me levanté, de pronto, iluminado, y agregué:

–”Espérenme un ratito”.

Tomé mi piloto, algo viejo ya, que dejaba pasar un poco el agua por los hombros. Me puse el infaltable echarpe, ese que he perdido tantas veces, y partí hacia la calle, sin oír nada de lo que me decían madre ni hijo.
Caminé unas cuantas cuadras y tuve suerte. El local aún estaba abierto y tenía un bizcochuelo en la vidriera.

–”Será fresco este bizcochuelo?”–, pregunté.
–”Si, señor. Lo trajeron esta mañana.”.
–”Lo llevo”. Ni discutí el precio, pagué y volví corriendo a casa.

Claudio me estaba esperando abrazado a su madre. Cuando me vio entrar con el paquete su carita se iluminó.

–”¡¡Lo compraste, papá!!”.
–”Bueno, ahora la mamá lo va a arreglar”.

Y ciertamente, mi maravillosa esposa lo abrió transversalmente por el medio. Le puso duraznos “al natural”, cortaditos; le agregó dulce de leche. Cerró ambas mitades. Le echó por arriba azúcar impalpable y algo de crema. Y le puso cinco velitas para que el del cumpleaños las apagara.

Claudio se fue a dormir con una sonrisa placentera que aún hoy me llena de alegría.

Carlos Isaac Meirovich

Médico Cirujano. Especialista en Farmacología Clínica. Profesor Universitario. Escritor. Córdoba, Argentina.

Cuento el Bizcochuelo: De la obra “Nueva Literatura de Habla Hispana 2008”. Escritores seleccionados en la XX convocatoria Internacional de poesía y narrativa breve. Editorial Nuevo Ser.

Gracias Carlos por esta linda historia de familia llena de ternura y gratitud.